diumenge, 26 de juliol del 2015

Descanso activo



 


Tenemos otro verano por delante para descansar para cansarse o descansar para rehacerse. El primero es un tipo de descanso que provoca estrés porque no paramos de hacer cosas que creemos necesarias: fotos digitales que se acumulan en nuestro dispositivo de última generación, idas y venidas en trenes y aviones, rutas a toque de pito, “best-sellers” de muchas páginas que quieres leer y vuelves a empezar, tumbonas apetecibles que al poco tiempo te crean tedio y aburrimiento, risas artificiales a golpe de cerveza y cubata, invitaciones forzadas a personas para quedar bien con no se sabe quien, zapping de canales de televisión que marean hasta la rendición… 


El segundo es otra clase de descanso para recuperar fuerzas y llenar el espíritu caminando por el parque con aquella persona que querías ver desde hace tiempo, ayudando a tu madre para hacer muy despacio la cama que tanto le cuesta, escuchar con otros aquella canción reivindicativa, rezar mirando el horizonte que a lo largo del año te ha pasado desapercibido, ordenando aquellos papeles escritos durante el curso que te hacen descubrir que se puede viajar sin moverte del sitio, visitando aquel enfermo que has dejado al final de la lista, viendo una película con el vecino que está solo, haciéndote presente en la plaza del barrio para estar junto aquellos ancianos a los que nunca llevan de vacaciones, escuchándote cantar en la ducha sin tener la presión de llegar tarde, echando comida a las palomas con la excusa de hablar con el compañero de banco… 

Para mi descansar es hacer algo que te ayude a tu crecimiento personal y comunitario. Tanto físico, mental, afectivo y espiritual. Quisiera compartir unas palabras del obispo de Roma Francisco dirigidas a los sacerdotes (misa crismal del Vaticano, 2 de abril de 2015), que también pueden venir bien al resto de lo que formamos la comunidad cristiana: “Sucede también que, cuando sentimos el peso del trabajo pastoral, nos puede venir la tentación de descansar de cualquier manera, como si el descanso no fuera una cosa de Dios. No caigamos en esta tentación. Nuestra fatiga es preciosa a los ojos de Jesús, que nos acoge y nos pone de pie: «Vengan a mí cuando estén cansados y agobiados, que yo los aliviaré» (Mt 11,28). Cuando uno sabe que, muerto de cansancio, puede postrarse en adoración y decir: «Basta por hoy, Señor», y claudicar ante el Padre; uno sabe también que no se hunde sino que se renueva porque, al que ha ungido con óleo de alegría al pueblo fiel de Dios, el Señor también lo unge, «le cambia su ceniza en diadema, sus lágrimas en aceite perfumado de alegría, su abatimiento en cánticos» (Is 61,3). (…) La imagen más honda y misteriosa de cómo trata el Señor nuestro cansancio pastoral es aquella del que «habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1): la escena del lavatorio de los pies. Me gusta contemplarla como el lavatorio del seguimiento. El Señor purifica el seguimiento mismo, él se «involucra» con nosotros (cf. Evangelii gaudium, 24), se encarga en persona de limpiar toda mancha, ese  humo mundano y pringoso que se nos pegó en el camino que hemos hecho en su nombre”.

Buen descanso y hasta setiembre con el número 100 de nuestro Full.

Pepe




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