diumenge, 28 de juny del 2015

Lágrimas franciscanas


Hace unos días tuve dos experiencias muy sagradas con animales: una cría de pájaro y un cachorro canino. Un pajarillo caído de un nido luchaba por remontar el vuelo con el impedimento de que sus alas aún no estaban lo suficientemente desarrolladas. En aquel momento pasaba por allí y lo recogí dándole calor en mis manos. Casualmente me encontré con Encarna, voluntaria de Caritas entre otras cosas, que me recordó que había una mujer de nuestro barrio de Bellavista que tenía muchos pájaros y que seguramente se ocuparía de él. Al final, Encarna lo adoptó y lo ha estado cuidando pacientemente hasta que el pájaro se ha muerto.
También hago mención de otra vivencia: Mercedes, animadora del MIJAC y voluntaria de Cáritas, entró al local seguida por un perrito que parecía perdido. Después de un cambio de impresiones, tensiones y algunas lágrimas derramadas por el cachorro, se llamó a la protectora de animales para que se hiciera cargo de él. Dos hechos con animales que desprenden ternura y respeto por lo creado por el Dios de la Vida.
San Francisco de Asís, considerado el patrón de la ecología, nos recuerda en su himno que la naturaleza, en concreto la Tierra, es expresión del amor divino: Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la madre Tierra, la cual nos sustenta y gobierna, y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas...


Siguiendo con mi exposición de esta semana quiero dejar claro que la lista de pecados o heridas profundas en las relaciones humanas con Dios, con los otros y con uno mismo, se ha ido actualizando en el transcurso de los siglos. Ahora también se habla del pecado que atenta contra la naturaleza, la creación, ... Si vamos matando poco a poco el medio ambiente que nos rodea también lentamente los seres humanos nos iremos suicidando. Desde hace años muchas voces claman al cielo por el maltrato injusto, despiadado y egoísta que está recibiendo nuestro planeta.

Agradecemos desde aquí el grito profético del obispo de Roma Francisco en su última encíclica titulada “Laudato si” (“Alabado seas”), para ponerse al lado de los que lloran ante el pecado ecológico. Esta hermana Tierra clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura. (Laudato si, 2). Sigo utilizando las palabras papales de la última encíclica, que os recomiendo leer, saborear y practicar desde el Evangelio en su color verde de esperanza tal como lo vivió nuestro patrono San Francisco. (…) san Francisco, fiel a la Escritura, nos propone reconocer la naturaleza como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y de su bondad: «A través de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se conoce por analogía al autor» (Sb 13,5), y «su eterna potencia y divinidad se hacen visibles para la inteligencia a través de sus obras desde la creación del mundo» (Rm 1,20). Por eso, él pedía que en el convento siempre se dejara una parte del huerto sin cultivar, para que crecieran las hierbas silvestres, de manera que quienes las admiraran pudieran elevar su pensamiento a Dios, autor de tanta belleza. El mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza. (12)


Pepe


Un puñado de sentimientos en un poema



Señora Esperanza, señor Mariano

¡Sobran las palabras por favor
ante tanta expresión de amor!
Vive la señora Esperanza al fin
agarrada a un trocito de cielo de jazmín.

¡Sobran los gestos del vencedor
cuando el señor Mariano lucha con primor!
Años moldeados a golpe de salve
amor de dos que son más que tres.

Señora Esperanza, señor Mariano
de Can Bassa siempre enamorados.
Señor Mariano, señora Esperanza
Cristo de los pobres es vuestra baza.

Pepe

dimecres, 17 de juny del 2015

Cristianos perseguidos


Una mañana en la peluquería



 


“¿Sabes de lo que me he enterado en la peluquería?” me suelen abordar algunos vecinos cuando me quieren decir algo personal o de los demás. Parece ser que determinados lugares han adquirido autoridad veraz para afirmar, muchas veces sin contraste alguno, noticias, acontecimientos, hechos… del barrio o del mundo en general. Territorios temporales que se han convertido en habituales para muchas personas que vienen y van.
He podido experimentar que en espacios de transición, de paso, se puede establecer una cierta comunicación y relación interpersonal más allá de comprar naranjas o cortarse el pelo... Aunque no siempre se llegue a profundizar lo suficiente porque se piensa más en el otro que en uno mismo. Aunque creo,  por lo que he podido descubrir durante mis años de vida, que no es el lugar sino la persona en cuestión que da sentido a la realidad. Un mismo espacio se puede percibir de manera diferente.
Hay un concepto que emplean algunos antropólogos: los no lugares. Marc Auge, un estudioso francés, los define así: “Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar…” 


A estos espacios de traslado, de temporalidad, como el mercadillo de Bellavista de los miércoles por la mañana, la tienda de fruta de la calle Ponent, la peluquería del barrio de Tres Torres donde me voy a cortar el pelo, el tren al que me subo para ir a una reunión de pastoral obrera o del Pradó, la ferretería para comprar un sacacorchos para las comidas de cine en el local parroquial…, van adquiriendo relevancia en el momento que por mi parte profundizo en la relación con las personas que me encuentro. Así, los individuos ya no son anónimos sino que son Eli, Juan, Isabel, Susana, Pepe… porque se ha pasado la barrera del anonimato.
Hace unos semanas establecí una conversación con mi compañero de asiento del AVE cuando volvía a Barcelona. Carlos era un chico de Salamanca que se dirigía a San Cugat para participar en el programa televisivo “Saber y ganar”. Fue un trayecto muy agradable por todo lo que compartimos. Carlos me confesó que era muy creyente y participaba activamente en su parroquia. E incluso se sorprendió cuando le dije que era cura después de un largo tiempo de diálogo. No es de extrañar que aquel habitáculo ferroviario se transformara en tierra sagrada.
Jesucristo nos da algunas pistas para recuperar el sentido sagrado de los lugares, aunque sean considerados “malditos”, “impuros”, “prohibidos”, “marginados”, “no recomendados”…:  Sucedió que Jesús estaba comiendo en la casa, y muchos cobradores de impuestos, y otra gente de mala fama, llegaron y se sentaron también a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos preguntaron a los discípulos: “¿Cómo es que vuestro maestro come con los cobradores de impuestos y los pecadores?” Jesús los oyó y les dijo: “Los que gozan de buena salud no necesitan médico, sino los enfermos. Id y aprended qué significan estas palabras de la Escritura: ‘Quiero que seáis compasivos, y no que me ofrezcáis sacrificios.’ Pues yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.” (Mateo 9, 10-13)
Finalmente, también el obispo de Roma Francisco nos alienta a dar nuestro testimonio de fe ante lugares de desierto: Es cierto que en algunos lugares se produjo una «desertificación» espiritual, fruto del proyecto de sociedades que quieren construirse sin Dios o que destruyen sus raíces cristianas (…) En todo caso, allí estamos llamados a ser personas-cántaros para dar de beber a los demás. A veces el cántaro se convierte en una pesada cruz, pero fue precisamente en la cruz donde, traspasado, el Señor se nos entregó como fuente de agua viva. ¡No nos dejemos robar la esperanza! (Evangelii Gaudium, nº 86)
Pues nada. A seguir saboreando tierra sagrada comprando naranjas con Eli, cortándome el cabello con Juan… Amigo Jesús, seguro que allí estás...

Pepe

Todos somos hijos de Dios... no por nosotros sino por Dios Amor

 
 
Un guerrero con un pasado bastante turbio, preguntó a un anacoreta si creía que Dios recibiría su arrepentimiento. Y el ermitaño, después de exhortarlo con muchos consejos, le preguntó: 
«Dime, te lo suplico si tu túnica está rasgada, ¿la tiras?...... »
«No, respondió el otro, la coso y vuelvo a ponérmela.» 
«Por lo tanto, añadió el monje, si tú cuidas tu vestido de paño, ¿quieres que Dios no tenga misericordia de su imagen?»
(Apotegmas de los padres del desierto)

Somos imagen de Dios, somos hijos de Dios. ¿Podrá el Dios-Amor abandonarnos alguna vez?. ¡Que necios somos cuando creemos que lo que hemos hecho mal es tan grave tan grave que Dios no lo puede perdonar!. Gracias, Señor, por las veces que hemos comprobado que alguien nos ha perdonado, porque eso nos ha dado mucha alegría. Ayúdanos a perdonar nosotros siempre, igual que tú haces con nosotros. 
Te pedimos por los violentos, asesinos, ladrones, estafadores... Son hijos tuyos y lo que tú quieres es que se arrepientan.

dilluns, 8 de juny del 2015

Muerte...

 

Yendo en tren a Barcelona me salieron del corazón estos trazos poéticos...

MUERTE

Muerte, no quiero verte
hasta que hagamos las paces.

Muerte, no me des alcance
sin que el cielo te adelante.

Muerte, no me juegues al escondite
cuando te encontró el sol naciente.

Muerte, no me seas insolente
que el amor todo lo puede.

Muerte, eres para siempre
lo que la vida es con tenerte.

Anhelado momento expectante
de experimentar el paso adelante.
Tu atracción presente, muerte,
para vivir con Dios eternamente...

Pepe

dilluns, 1 de juny del 2015

Romero de los pobres




Aún tengo gravada en la retina y en lo más hondo del corazón la casulla ensangrentada del arzobispo Óscar Romero de su última misa en el “hospitalito” de San Salvador (El Salvador). Expuesta como trofeo de victoria de resurrección ante la bala que le mató. Su habitación sencilla con  frescor a pobreza. Con una cama que parecía un pesebre, símbolo de encarnación con el pueblo en constante renacimiento por el Reino de Dios. Corría el año 1992, en  plenos Juegos Olímpicos de Barcelona. Me encontraba con un grupo de personas que participábamos en un campo de trabajo organizado por la ONG SETEM Catalunya. Aunque había sido asesinado el 24 de marzo de 1980 por ser consecuente en su seguimiento a Jesucristo, su testimonio de servicio amoroso y reivindicativo para los pobres y con los pobres,    aún permanecía inalterable. Como el olor a romero después de una lluvia suave.

Han tenido que pasar muchos años, y muchos otros reconocimientos de personas que han dado su vida por el Evangelio, para que san Romero de América, como siempre le ha denominado Pere Casaldáliga, tuviera su lugar para toda la Iglesia comenzando por los empobrecidos por tantas injusticias.


El sábado 23 de mayo de este año 2015, Monseñor Romero fue beatificado en San Salvador por el cardenal Angelo Mato, enviado especial por otro hermano obispo, Francisco. El Papa universalmente latinoamericano que, ante los ojos legañosos del mundo, ha dejado constancia del testimonio de un cristiano que vivió la misión de Jesús hasta las últimas consecuencias. Aquí, en nuestro estado español, se vivía de una manera despistada porque el fútbol, las elecciones municipales, el concurso de Eurovisión… hacían mucho más ruido que lo que acontecía en la capital de un país pequeño en tamaño y gigante en humanidad.

Para acabar quisiera compartir con vosotros y vosotras un extracto de la carta que el Papa Francisco envió al arzobispo de San Salvador, José Luís Escobar Alas, en ocasión de la beatificación del mártir Óscar Arnulfo Romero Galdámez:



(…) En este día de fiesta para la Nación salvadoreña, y también para los países hermanos latinoamericanos, damos gracias a Dios porque concedió al Obispo mártir la capacidad de ver y oír el sufrimiento de su pueblo, y fue moldeando su corazón para que, en su nombre, lo orientara e iluminara, hasta hacer de su obra un ejercicio pleno de caridad cristiana.

La voz del nuevo Beato sigue resonando hoy para recordarnos que la Iglesia, convocación de hermanos entorno a su Señor, es familia de Dios, en la que no puede haber ninguna división. La fe en Jesucristo, cuando se entiende bien y se asume hasta sus últimas consecuencias genera comunidades artífices de paz y de solidaridad. A esto es a lo que está llamada hoy la Iglesia en El Salvador, en América y en el mundo entero: a ser rica en misericordia, a convertirse en levadura de reconciliación para la sociedad.

Monseñor Romero nos invita a la cordura y a la reflexión, al respeto a la vida y a la concordia. Es necesario renunciar a «la violencia de la espada, la del odio», y vivir «la violencia del amor, la que dejo a Cristo clavado en una cruz, la que se hace cada uno para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre nosotros». Él supo ver y experimentó en su propia carne «el egoísmo que se esconde en quienes no quieren ceder de lo suyo para que alcance a los demás». Y, con corazón de padre, se preocupó de «las mayorías pobres», pidiendo a los poderosos que convirtiesen «las armas en hoces para el trabajo». (…)



Pepe