dimecres, 17 de juny del 2015

Una mañana en la peluquería



 


“¿Sabes de lo que me he enterado en la peluquería?” me suelen abordar algunos vecinos cuando me quieren decir algo personal o de los demás. Parece ser que determinados lugares han adquirido autoridad veraz para afirmar, muchas veces sin contraste alguno, noticias, acontecimientos, hechos… del barrio o del mundo en general. Territorios temporales que se han convertido en habituales para muchas personas que vienen y van.
He podido experimentar que en espacios de transición, de paso, se puede establecer una cierta comunicación y relación interpersonal más allá de comprar naranjas o cortarse el pelo... Aunque no siempre se llegue a profundizar lo suficiente porque se piensa más en el otro que en uno mismo. Aunque creo,  por lo que he podido descubrir durante mis años de vida, que no es el lugar sino la persona en cuestión que da sentido a la realidad. Un mismo espacio se puede percibir de manera diferente.
Hay un concepto que emplean algunos antropólogos: los no lugares. Marc Auge, un estudioso francés, los define así: “Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar…” 


A estos espacios de traslado, de temporalidad, como el mercadillo de Bellavista de los miércoles por la mañana, la tienda de fruta de la calle Ponent, la peluquería del barrio de Tres Torres donde me voy a cortar el pelo, el tren al que me subo para ir a una reunión de pastoral obrera o del Pradó, la ferretería para comprar un sacacorchos para las comidas de cine en el local parroquial…, van adquiriendo relevancia en el momento que por mi parte profundizo en la relación con las personas que me encuentro. Así, los individuos ya no son anónimos sino que son Eli, Juan, Isabel, Susana, Pepe… porque se ha pasado la barrera del anonimato.
Hace unos semanas establecí una conversación con mi compañero de asiento del AVE cuando volvía a Barcelona. Carlos era un chico de Salamanca que se dirigía a San Cugat para participar en el programa televisivo “Saber y ganar”. Fue un trayecto muy agradable por todo lo que compartimos. Carlos me confesó que era muy creyente y participaba activamente en su parroquia. E incluso se sorprendió cuando le dije que era cura después de un largo tiempo de diálogo. No es de extrañar que aquel habitáculo ferroviario se transformara en tierra sagrada.
Jesucristo nos da algunas pistas para recuperar el sentido sagrado de los lugares, aunque sean considerados “malditos”, “impuros”, “prohibidos”, “marginados”, “no recomendados”…:  Sucedió que Jesús estaba comiendo en la casa, y muchos cobradores de impuestos, y otra gente de mala fama, llegaron y se sentaron también a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos preguntaron a los discípulos: “¿Cómo es que vuestro maestro come con los cobradores de impuestos y los pecadores?” Jesús los oyó y les dijo: “Los que gozan de buena salud no necesitan médico, sino los enfermos. Id y aprended qué significan estas palabras de la Escritura: ‘Quiero que seáis compasivos, y no que me ofrezcáis sacrificios.’ Pues yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.” (Mateo 9, 10-13)
Finalmente, también el obispo de Roma Francisco nos alienta a dar nuestro testimonio de fe ante lugares de desierto: Es cierto que en algunos lugares se produjo una «desertificación» espiritual, fruto del proyecto de sociedades que quieren construirse sin Dios o que destruyen sus raíces cristianas (…) En todo caso, allí estamos llamados a ser personas-cántaros para dar de beber a los demás. A veces el cántaro se convierte en una pesada cruz, pero fue precisamente en la cruz donde, traspasado, el Señor se nos entregó como fuente de agua viva. ¡No nos dejemos robar la esperanza! (Evangelii Gaudium, nº 86)
Pues nada. A seguir saboreando tierra sagrada comprando naranjas con Eli, cortándome el cabello con Juan… Amigo Jesús, seguro que allí estás...

Pepe

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