dilluns, 1 de juny del 2015

Romero de los pobres




Aún tengo gravada en la retina y en lo más hondo del corazón la casulla ensangrentada del arzobispo Óscar Romero de su última misa en el “hospitalito” de San Salvador (El Salvador). Expuesta como trofeo de victoria de resurrección ante la bala que le mató. Su habitación sencilla con  frescor a pobreza. Con una cama que parecía un pesebre, símbolo de encarnación con el pueblo en constante renacimiento por el Reino de Dios. Corría el año 1992, en  plenos Juegos Olímpicos de Barcelona. Me encontraba con un grupo de personas que participábamos en un campo de trabajo organizado por la ONG SETEM Catalunya. Aunque había sido asesinado el 24 de marzo de 1980 por ser consecuente en su seguimiento a Jesucristo, su testimonio de servicio amoroso y reivindicativo para los pobres y con los pobres,    aún permanecía inalterable. Como el olor a romero después de una lluvia suave.

Han tenido que pasar muchos años, y muchos otros reconocimientos de personas que han dado su vida por el Evangelio, para que san Romero de América, como siempre le ha denominado Pere Casaldáliga, tuviera su lugar para toda la Iglesia comenzando por los empobrecidos por tantas injusticias.


El sábado 23 de mayo de este año 2015, Monseñor Romero fue beatificado en San Salvador por el cardenal Angelo Mato, enviado especial por otro hermano obispo, Francisco. El Papa universalmente latinoamericano que, ante los ojos legañosos del mundo, ha dejado constancia del testimonio de un cristiano que vivió la misión de Jesús hasta las últimas consecuencias. Aquí, en nuestro estado español, se vivía de una manera despistada porque el fútbol, las elecciones municipales, el concurso de Eurovisión… hacían mucho más ruido que lo que acontecía en la capital de un país pequeño en tamaño y gigante en humanidad.

Para acabar quisiera compartir con vosotros y vosotras un extracto de la carta que el Papa Francisco envió al arzobispo de San Salvador, José Luís Escobar Alas, en ocasión de la beatificación del mártir Óscar Arnulfo Romero Galdámez:



(…) En este día de fiesta para la Nación salvadoreña, y también para los países hermanos latinoamericanos, damos gracias a Dios porque concedió al Obispo mártir la capacidad de ver y oír el sufrimiento de su pueblo, y fue moldeando su corazón para que, en su nombre, lo orientara e iluminara, hasta hacer de su obra un ejercicio pleno de caridad cristiana.

La voz del nuevo Beato sigue resonando hoy para recordarnos que la Iglesia, convocación de hermanos entorno a su Señor, es familia de Dios, en la que no puede haber ninguna división. La fe en Jesucristo, cuando se entiende bien y se asume hasta sus últimas consecuencias genera comunidades artífices de paz y de solidaridad. A esto es a lo que está llamada hoy la Iglesia en El Salvador, en América y en el mundo entero: a ser rica en misericordia, a convertirse en levadura de reconciliación para la sociedad.

Monseñor Romero nos invita a la cordura y a la reflexión, al respeto a la vida y a la concordia. Es necesario renunciar a «la violencia de la espada, la del odio», y vivir «la violencia del amor, la que dejo a Cristo clavado en una cruz, la que se hace cada uno para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre nosotros». Él supo ver y experimentó en su propia carne «el egoísmo que se esconde en quienes no quieren ceder de lo suyo para que alcance a los demás». Y, con corazón de padre, se preocupó de «las mayorías pobres», pidiendo a los poderosos que convirtiesen «las armas en hoces para el trabajo». (…)



Pepe

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