dissabte, 23 d’abril del 2016

ROSA DE BELLAVISTA





Con motivo de la muerte de Rosa y su correspondiente misa de las exequias en la iglesia de los Franciscanos el pasado 14 de abril, os comparto la homilía que elaboré desde la oración por esta mujer profundamente creyente de nuestra parroquia.

En  un día de mercadillo en Granollers nos encontramos aquí diferentes personas con sus distintos pensamientos, culturas, tendencias, sensibilidades, edades, momentos vitales... en esta iglesia regida por los franciscanos. Un lugar representativo que nos evoca pobreza, paz y sencillez ante tanta aparente riqueza, tranquilidad y belleza de nuestra sociedad. No hemos venido para vender o comprar algún producto necesario, ni pasear entre parada y parada escuchando voces que nos animan a consumir. Nos hemos juntados esta mañana para compartir lo que nunca se venderá ni se comprará: el amor de Dios. Si, el amor de Dios que se nos regala, nunca se nos impone, con un testimonio de vida calado en una mujer bajita, testaruda, fiel, luchadora, caritativa, picarona, alegre y profundamente creyente. Todos y todas la conocemos: Rosa la de Bellavista, Rosa de Bellavista.
Ella creció con el barrio. Y el barrio creció con ella. Dio y seguirá dando que hablar porque ella nunca pudo callar ante lo que veía, vivía y pensaba. Hacía más que hablaba abriendo la puerta de su casa a los vecinos, especialmente  a los necesitados. 


Recuerdo que la primera vez que me invitó a entrar a su morada me presentó a su marido Agustín, vuestro padre, abuelo, hermano, tío, etc. que me recibió a la vez con una sonrisa que ya me quedó perenne en mi memoria... Ay... Seguro que Rosa ya no lo echará a faltar porque con Dios en su gloria nadie falta, nadie sobra. Ay... su hijo Juan, vuestro marido, vuestro padre, vuestro hermano, vuestro tío, vuestro familiar, nuestro amigo, nuestro vecino, nuestro compañero... también tiene su lugar, sin tiempo ni espacio, más allá de lo que podemos imaginar.

La conversación que he tenido con algunos de vosotros, que formáis parte de su familia carnal, me ha hecho comprender que detrás de una gran familia hay unas grandes personas con sus imperfecciones y defectos. La familia de Rosa ha estado cimentada por la ventolera del Espíritu de Dios a través del ejemplo y el coraje característico de los que siguen a Jesucristo, algunas veces llamados beatos en tono despectivo o indiferente. Con Rosa, que para mi no era beata sino buena, he conocido a su familia y su familia se ha dado a conocer y yo, como cura, a ella. Esta mujer valiente atraía a los suyos a la iglesia que tanto quería, sin ningún tipo de pudor, ni vergüenza... para rezar, para recordar que los muertos viven en el Dios de la Vida. Su Agustín, su Juan... como muy bien decía...

Por tanto, no hay que olvidar el papel que tuvo Rosa de Bellavista en la construcción de la comunidad de Sant Francesc d’Assís entre alegrías y penas. En su evolución de capilla a parroquia. Siempre he respirado fraternidad, hermandad, comunión... en esta comunidad pequeña con un corazón grande para amar y servir a la gente del barrio. Por eso, mis cinco años como cura en Bellavista no tendrían color sin esta fémina impregnada de la fe en Jesucristo. Aunque nuestras sensibilidades eran diferentes, Rosa con su alabanza carismática supo adaptarse y amar maternalmente al estilo de la Virgen María a este sacerdote que tendía más al color rojo que al negro. Rosa de Bellavista no me quiso cambiar a pesar de que ella, como el aceite, se hacía valer con su libertad evangélica para decir con palabras firmes en más de una misa: Bienaventurados los pobres de espíritu... Bienaventurados los limpios de corazón... Bienaventurados...
Con tu permiso, Rosa, añado, sin que me tiemble el habla ante esta iglesia abarrotada, otra bienaventuranza: Bienaventurada Rosa porque su bondad es expresión de que el Reino de Dios comienza en los humildes y sencillos.

Hoy están de fiesta en el Reino del Cielo, que comienza aquí en la Tierra, porque Rosa de Bellavista descansa en el Amor de Dios para siempre, como otros y otras que la han precedido.

Pepe

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