Cuando hace tiempo Montse compartía conmigo su inquietud de ayudar a leer, escribir y recitar a personas concretas de nuestra comunidad, le animé a que pintara el proyecto en el lienzo de la parroquia. Al final, Montse acompaña, cada miércoles en el local parroquial, a Carmen, Pepi, Dolores, Mari y María en este camino de alfabetización que huele a vino añejo que ha adquirido buen gusto en el transcurso de los años. Mujeres coraje, viudas, gastadas por la vida, casadas y no cansadas, valientes con la cara destapada y estampada por más de alguna arruga, luchadoras primero por su hijos y después por sus nietos… Féminas que no renuncian a aprender y crecer más allá del tiempo que todo no se lo puede llevar. Y alimentan esa capacidad de renacer aunque las canas empiecen a aparecer. Se me transparenta en el corazón la escena de Jesús con Nicodemo: Jesús le dijo: “Te aseguro que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios”. Nicodemo le preguntó: “Pero ¿cómo puede nacer un hombre que ya es viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez dentro de su madre para volver a nacer?”.
Jesús le contestó: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de padres humanos es humano; lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes si te digo: ‘Tenéis que nacer de nuevo.’ El viento sopla donde quiere y, aunque oyes su sonido, no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así son todos los que nacen del Espíritu.” (Juan 3, 3-8).
¡Cómo me alegraría que de aquí a unos meses todas estas mujeres pudieran leer la presente hoja parroquial escrita para y con ellas! Porque para Dios no hay nada imposible. Y más si ponemos de nuestra parte, por muy tarde que sea.
“Yo... ¿a mi edad?”, “se me ha pasado el arroz”, “todo tiene su edad”, “ya he perdido el tren”… Son expresiones que utilizamos cuando vamos acumulando años y se nos presentan nuevos retos. Pero, sin perder el realismo, podemos también decir que la vejez es una oportunidad para seguir creciendo con Dios. Y si no, que se lo pregunten a Abraham que, habiéndose organizado la vida en su etapa de la tercera edad, sintió la llamada divina: Un día el Señor dijo a Abram: “Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te mostraré. Con tus descendientes formaré una gran nación; te bendeciré y te haré famoso, y serás una bendición para otros. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; por medio de ti bendeciré a todas las familias del mundo.” Abram salió de Harán, tal como el Señor se lo había ordenado. Tenía setenta y cinco años cuando salió de allí para ir a la tierra de Canaán. (Génesis 12, 1-4).
Quisiera dejar en puntos suspensivos esta vivencia personal con un grupo de mujeres que dan un buen testimonio a jóvenes que viven desanimados, apáticos, desganados… Ahora nos muestran, con su ejemplo femenino, que no es cosa de años sino de espíritu lo que hace que llevemos con más dignidad el peso de las dificultades que vivimos.
Los buenos florecen como las palmas
y crecen como los cedros del Líbano.
Están plantados en el templo del Señor;
florecen en los atrios de nuestro Dios.
Aun en su vejez, darán fruto;
siempre estarán fuertes y lozanos,
y anunciarán que el Señor, mi protector,
es recto y no hay en él injusticia. (Salmo 92, 12-15)
Pepe
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada